Thursday, July 13, 2017

Muy interesante: La semana anterior de la Guerra de los Seis Días - Abraham Rabinovich - Moment


Paracaidistas judíos descansan tras capturar el Muro Occidental

Extracto del libro de Abraham Rabinovich, "La batalla por Jerusalén"

La atmósfera en la Ciudad Vieja de Jerusalén en los días anteriores a la Guerra de los Seis Días era "mágica", tal como recordaría Abdulla Schleiffer.

"Todo el mundo no hacía nada, se felicitaba y alababa a Nasser".

Schleiffer, un judío nacido en Long Island que se había convertido al Islam, estaba consternado por el confuso optimismo que le rodeaba. Un miembro de una prominente familia árabe local le sugirió que tan pronto como terminaran los combates, cruzarían todos a la parte israelí de la ciudad y reclamarían los despojos de los derrotados judíos para los árabes vencedores. Schleiffer era redactor en un diario en inglés en la mitad jordana de la Jerusalén dividida. El hallazgo del ambiente que flotaba en la ciudad árabe le resultaba extraño, como si la retórica por sí sola pudiera ganar la guerra que estaba a punto de caer sobre ellos.

Un colega que fue a las oficinas de la Media Luna Roja en Jerusalén para donar sangre encontró las instalaciones vacías exceptuando al gerente. Este último le preguntó si había habido ocurrido algún accidente a la familia del periodista para que requiriera una donación de sangre. Y es que no existió un esfuerzo organizado para abastecerse de alimentos, designar refugios o preparar los hospitales locales para una afluencia de víctimas de la guerra. El equipo de defensa civil consistió en poco más que brazaletes.

Schleiffer llamó al gobernador del Jerusalén jordano, Anwar al-Khatib, para expresar su preocupación. Khatib acordó reunir a los líderes locales para discutir la situación. En la reunión, se formaron comités para organizar un marco adecuado para la defensa civil, pero poco tangible surgió de allí.

El viernes 2 de junio, el jefe de la Organización para la Liberación de Palestina, Ahmed Shukeiry, fue levantado sobre los hombros de una multitud después de pronunciar un apasionado discurso en la Mezquita Al-Aksa "donde afirmó que Israel estaba al borde de la destrucción y que habría pocos sobrevivientes judíos".

En el lado israelí de Jerusalén, el humor sombrío judío se combinaba en intensidad con la euforia en el lado jordano. En la Guerra de la Independencia, unos 19 años antes, la ciudad había sido cortada y dividida durante meses por la Legión Árabe. La imagen del Ghetto de Varsovia era una visión de la que se hablaba poco pero que era ampliamente imaginada por los habitantes judíos de Jerusalén para este próximo conflicto. Edificios convertidos en escombros mientras la batalla continuaba. El Holocausto no estaba lejos de los pensamientos de nadie. Los turistas habían estado saliendo del país desde que la crisis comenzó a mediados de mayo. Algunos académicos extranjeros que enseñaban en la Universidad Hebrea abandonaron el país en silencio, demasiado avergonzados para decir adiós a sus colegas israelíes.

Llegué a Jerusalén como periodista cinco días antes de la guerra. Cuando le pregunté en inglés a una mujer judía por una calle cercana al Hotel Rey David, ella me miró bruscamente y me dijo: "¿Aún no has vuelto a casa?". Cuando le dije que acababa de llegar, ella asintió y señaló mi destino. El propio Hotel Rey David, me enteraría poco después, había pasado de una ocupación del 86% a una de un 1%.

El mundo árabe, con una población entonces de unos 80 millones, se alzaba detrás del líder carismático de Egipto, Gamal Abdel Nasser, contra los tres millones de Israel. A diferencia de la campaña del Sinaí de 11 años antes, cuando la fuerza aérea francesa había cubierto a Israel como parte de una alianza británica, francesa e israelí contra Egipto, el país ahora se encontraba solo frente a una amplia coalición árabe con tres veces más tanques y aviones de guerra que Israel.

El miedo, sin embargo, proporcionó más energía que parálisis. En el frente interno, los planes de emergencia de larga fecha se pusieron en marcha sin problemas. Los camiones municipales de Jerusalén arrojaban arena en las esquinas mientras que los sacos para la arena estaban disponibles en todas las tiendas de comestibles. Los encargados buscaban el consejo de la oficina del ingeniero de la ciudad para la preparación de los refugios caseros, y fueron visitados en cuestión de horas por un funcionario con un plan para su edificio.

"Estas vigas proveerán apoyo si les golpean arriba", le dijeron a un residente. "Cincuenta sacos de arena a lo largo de esa pared lo conseguirán". Con los hombres sanos movilizados, las mujeres residentes despejaron los abrigos desordenados del sótano en sus edificios de apartamento. Los trabajadores de protección civil prepararon escuelas y otros edificios públicos como centros de evacuación para 20.000 personas. En parques y otras áreas abiertas se prepararon sitios para entierros en masa.

El voluntariado se convirtió en una obsesión. Largas filas de residentes se formaban todos los días para aportar sangre. En áreas donde no existían refugios, cientos de estudiantes de yeshiva acudieron a cavar trincheras para cubrir las emergencias. Los rabinos declararon que la situación era una cuestión de vida o muerte, que permitía - en efecto, hacía obligatoria - un trabajo vital en el día de reposo. Un trabajador de la defensa civil se sobresaltó el último sábado antes de la guerra al ver a los estudiantes de yeshiva llevando palas y siendo dirigidos hacia un sitio donde cavar por sus rabinos, quienes se quitaban las chaquetas y se unían a ellos. Con la memoria del asedio de 1948 todavía vivo, las autoridades habían almacenado alimentos básicos durante medio año. "El que se prepara para el Sabbath", comentó el jefe de Gabinete Yitzhak Rabin después de la guerra y citando un viejo proverbio, "tiene qué comer en Sabbath".

En la mañana del 5 de junio en la base aérea de Tel Nof, los pilotos fueron despertados a las 3:45 de la mañana.  En la sala de información, sus ojos se centraron en un anuncio conciso colocado en la pizarra: "Hora cero 0745". Cuando todos estaban sentados, el jefe del escuadrón les saludó. "Buenos días. Hoy vamos a la guerra con Egipto".

En un naranjal cercano, donde una brigada de paracaidistas comandada por el coronel Motta Gur había pasado la noche, un oficial se levantó antes del amanecer aunque no tenía ningún obligación de hacerlo a esa hora. Miró expectante hacia la base aérea, pero no pudo ver ninguna señal de actividad inusual. La brigada había sido designada para ser lanzada en el norte del Sinaí para poder evitar así que los refuerzos de los tanques egipcios llegaran al frente de batalla. Sin embargo, un cambio de planes traería a la brigada a Jerusalén esta noche.

Las tropas fueron despertadas a las 6 de la mañana, y los huertos del kibutz se llenaron rápidamente. Los hombres estaban haciendo café cuando una sucesión de rugidos salió de la base. El sonido creció en intensidad a medida que los aviones comenzaron a elevarse por encima de la línea de árboles, docenas de ellos siguieron como unos niños como surcaban el cielo. Los aviones, cargados con bombas y cohetes, tejieron formaciones de cuatro y se dirigieron hacia el sur. En el campo de aviación, un mecánico lloró cuando los aviones pasaron por delante de él, oleada tras oleada, brillando en el cielo como una espada desenfundada. En los huertos, los paracaidistas observaban en silencio, impresionados por lo que veían y por lo que sabían que debía venir. Luego se fueron a escribir postales a casa. "Estamos viendo el comienzo de la guerra", escribió uno. "Esperamos que termine pronto. Haremos lo que podamos para terminarla cuanto antes".

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