Sunday, August 28, 2016

Imaginen que no existieran los países - Yoaz Hendel - Ynet



Si he entendido bien la reciente "Ley de la bandera" promovida por los diputados Oren Hazan, Nava Boker y David Amsalem, probablemente la apoyaría. Estoy a favor de un patriotismo saludable, con todos los ingredientes que componen la ley promovida por dicha galería de diputados de la coalición gubernamental: la bandera, el himno nacional, el patriotismo y el orgullo nacional. Sin embargo, soy muy reacio al tipo de posibles patriotismos que suenen ridículos y que se trata de promover.

El patriotismo es una herramienta imprescindible en países como Israel. Sin él, no se puede insistir en un servicio militar obligatorio o en pedir a los estudiantes y a los padres que cumplan con el deber de reserva en mitad del verano. Tampoco se podría explicar por qué tienen que pagar tantos impuestos estatales. Y en lo que me concierne - algo que no puede ser realmente verificado - una buena dosis de patriotismo es una parte esencial de la razón por la que nos mantenemos tranquilos durante los meses de un calor sofocante como julio y agosto.

La otra opción que funciona como alternativa al patriotismo es una vida al estilo de la propuesta por John Lennon en su canción "Imagine": "Imagina que no hay países", decía, "y ya no habría nada por qué matar o morir". Un mundo sin razas, sexo o religión. En otras palabras, la universalidad, una nación menor desde una perspectiva global. El liberalismo extremo sin fronteras ni barreras.

La verdad, resulta una visión bastante mesiánica, además de peligrosa.

El primer coste inicial de un mundo sin fronteras ya es visible en la actual economía occidental. La globalización nos permite transferir industrias y servicios a los países del Tercer Mundo donde los salarios son más bajos. Permite, por ejemplo, que la mayor parte de nuestras patrióticas banderas se hagan en China, por lo que la bandera que agitamos con tanto orgullo en realidad ha sido construida por un trabajador chino que no tiene ni idea de lo que está haciendo. Lo mismo ocurre con todas las demás banderas nacionales. Y ha sido la globalización la que ha permitido el retorno de la esclavitud abolida a mediados del siglo XIX en América: trabajadores sin derechos básicos, sin un salario mínimo y sin la supervisión del Consejo Nacional para la Niñez.

Otro coste de esta visión es la guerra entre las civilizaciones y el terrorismo. Cuando no se tienen fronteras, existen oleadas de inmigrantes saliendo del Tercer Mundo y llegando a Occidente (esta última década, por ejemplo, se han producido más refugiados que durante la Segunda Guerra Mundial). La inclinación que tienen algunos inmigrantes musulmanes de gritar "Allahu Akbar" es sólo una parte del problema. El efecto que el terrorismo tiene, incluso los ataques más importantes y violentos, es al final del día limitado. Los cambios culturales, sin embargo, afectan a todo el mundo occidental.

El choque de culturas se centra en torno a un choque de valores. En un mundo sin fronteras con una inclinación por un liberalismo extremo, cada infiltrado o cada trabajador inmigrante se le considera un refugiado que debe ser acogido y mantenido, y es la misma libertad de expresión la que permite a los imanes radicales incitar a sus oyentes en las mezquitas de Gran Bretaña, Francia y Alemania, y hacer que estos huéspedes se levanten contra los mismos países donde se encuentren alojados. Los derechos individuales en los que se ha fundado Occidente son los que a su vez impiden la expulsión de estos imanes después de que se haya descubierto que obran como combustible de la Yihad.

Hay autoproclamados expertos en ese "supuesto fascismo que azotaría a Israel" que ven en cada símbolo, en cada aplauso por ganar una medalla en los Juegos Olímpicos y en todas las conversaciones sionistas, una base para realizar una nueva comparación con los días más oscuros de Alemania. En realidad, Israel  gestiona un equilibrio entre la necesidad del patriotismo y del liberalismo mucho mejor que la mayoría de los países democráticos.

Tomemos por ejemplo la lucha actual contra el burkini en Francia. El miedo a la coerción religiosa y cultural de los inmigrantes y a los movimientos musulmanes que buscan inculcar la sharia (que existe en casi todos los países occidentales),  es lo que está impulsando en la actualidad que algunos municipios eviten que las mujeres musulmanas vayan a la playa vestidas de la forma que estiman conveniente. El burkini, un traje de baño que cubre por entero el cuerpo de la mujer dejando solamente expuesta la cara mientras que sus hombres pueden aparecer con sus peludos pechos desnudos, se ha convertido en un símbolo.

Europa se está encontrando con la imposibilidad de manejar el "Imagine" de John Lennon. ¿Cómo protegemos los valores liberales cuando se enfrentan a mujeres que prefieren, bajo las órdenes establecidas por los hombres y por su tradición, cubrirse de pies a cabeza, incluso cuando van a la playa? En Israel una batalla como esa nunca sucedería, pues incluso a esas pocas mujeres ultra-ortodoxas que se visten como si estuvieran con los talibanes, a pesar de que eso representa una desviación del judaísmo y del sentido común, se les permita caminar a su antojo.

La razón principal de esto se debe a que, a pesar de lo que los liberales y progresistas europeos suelen contar sobre el sionismo y sus productos, el movimiento nacional israelí fue construido como un sistema de equilibrios, al igual que el Estado de Israel. El experto legal judío estadounidense Alan Dershowitz, quien se ha convertido en uno de los mejores defensores e introductores en idioma inglés de Israel, afirma que esto se debe al hecho de que muchos de los que ayudaron a fundarlo fueron mentes legalistas (Herzl, Ben-Gurion, Jabotinsky, Begin, Shamir). Y esto a diferencia de otros países que fueron construidos principalmente por generales. Ya sea porque Dershowitz tenga razón y los fundadores fueron mentes legalistas, o porque realmente se trataba de filósofos y soñadores los que construyeron este país - y en ambos casos son de agradecer por esta gracia salvadora -, el resultado sigue siendo el mismo.

Los que afirman que Israel también alberga un notable nacionalismo tienen razón. Todo país generalmente lo alberga. La diferencia entre el patriotismo y el nacionalismo es la emoción que cada uno de ellos ayuda a cultivar, pues en tanto que el patriotismo ayuda a cultivar el amor a la patria, el nacionalismo suele incrementar el odio que sientes por tus enemigos. En nuestro caso, serían los árabes. Pero por supuesto, el cultivo de un símbolo no significa nacionalismo, a pesar de lo digan los ignorantes fascistas que crecen en el odio.

La pertenencia es una parte esencial de la naturaleza humana, tal como los desastres pueden demostrar con claridad: cuando nuestros soldados son asesinados durante una operación militar, nuestros corazones sangran más que por un accidente de un avión ruso y de sus pasajeros civiles. Hay grandes liberales y progresistas, partidarios de la globalización y caballerosos guerreros por la justicia en el mundo, y quizás sentados en estos momentos en Francia o en la Universidad de Berkeley, que pueden bebiendo vino o jugar con su móvil mientras cientos de miles de sirios están siendo sacrificados.

La horrorosa fotografía de un pobre chico que fue sacado de los escombros de su casa en Alepo sorprendió al mundo, pero sólo brevemente. Supongo que la mayoría de los padres que vieron la foto pensaron, como yo lo hice, en sus propios hijos. Pero ahí es donde generalmente suele acabar la cosa. Porque la verdad es que solemos son indiferentes a los "Otros", y no se puede amar a todas las personas por igual. Por eso suele ocurrir que los ciudadanos de tu propio país tengan prioridad, o en ciertos casos los de tu causa preferida, por lo menos bajo un patriotismo sano.

Aquí es donde la discusión vuelve a ese mismo proyecto de ley que tiene por objeto prevenir que los diputados asistan a cualquier evento oficial en el que la bandera de Israel no pueda estar presente. Aparte del hecho de que árabes y judíos ultra-ortodoxos que también puedan estar en esos eventos es probable que no se identifiquen como sionistas, tales propuestas hacen del patriotismo una broma.

En su lugar, lo que me preocupa es el hecho de que en unos pocos años la mayoría de los jóvenes israelíes no sepan cantar la Tikva, ya que más de la mitad de ellos actualmente no estudian en el sistema sionista de educación pública (como es el caso de un 54% de los estudiantes árabes o ultra-ortodoxos). Me preocupa que vayan a crecer siendo ignorantes de su historia. Que en 12 años, mis hijos formen parte de la pequeña minoría que todavía sirve en el ejército. Me preocupa que teniendo soldados voluntarios en el IDF una vez al año en la comunidad, esto se convierta en un campo de batalla político, como si nada de esto tuviera consecuencias: ¿por qué no podemos decidir sobre una política de inmigración y de expulsión de las familias de las personas que se consideran infiltrados, mientras que al mismo tiempo tratamos de asegurar a los hijos de esas familias que sufran lo menos posible mientras se decide su destino?

Por encima de todo, sin embargo, estoy preocupado por la falta de confianza en uno mismo que está invadiendo la identidad sionista, esa que permite que la idea de patriotismo sea tomada como una broma

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