Wednesday, December 04, 2013

Gran artículo para entender muchas cosas, no se lo pierdan: Los beduinos israelíes y los límites de tolerancia ante la intolerancia - Einat Wilf - Al Monitor



Las disputas legales de larga duración entre el Estado de Israel y la minoría musulmana árabe beduina con respecto a propiedad de la tierra en el sur del desierto de Negev parece ser la típica historia de David y Goliat en las relaciones entre las mayorías y las minorías en el Oriente Medio. La relación entre Israel y su comunidad beduina, sin embargo, es más universal y más particular que la mayoría de los casos. Es universal porque toca las difíciles interacciones entre un Estado moderno del bienestar y una sociedad patriarcal tradicional que insiste en mantener sus tradiciones, y en particular, todo lo que tiene que ver con las tradiciones nómadas y tribales beduinas, muy específicas en lo referente a la propiedad de la tierra.

La idea universal del multiculturalismo liberal nos habla de la igualdad del valor de las diferentes tradiciones y de la necesidad de respetarlas, incluso cuando son muy diferentes a las de la mayoría. ¿Qué debe hacer un país, sin embargo, cuando sus leyes chocan con las tradiciones de algunos de sus habitantes? ¿Dónde deben permanecer esas líneas de respeto?

Israel, como todos los países, tiene leyes que regulan la prueba de la propiedad de las viviendas. Los beduinos, unas tribus nómadas, han desarrollado sus propias tradiciones orales sobre su "registro de la propiedad de la tierra". Las tierras en cuestión nunca fueron registradas oficialmente o reconocidas como propiedad privada durante el Imperio Otomano o el Mandato Británico, ambos controlando la zona antes de la creación de Israel. Esos registros, por lo tanto, no fueron reconocidos por la ley israelí como propiedad privada de tierras después de la creación del Estado.

Israel, desde hace décadas, trató de negociar con los beduinos para conciliar las reclamaciones orales de propiedad de la tierra de las tribus con un marco moderno reconocido. Yo misma puedo dar fe de la complejidad imposible de la cuestión. Como miembro de la Knesset, y formando parte de su Comité de Asuntos Exteriores y de Defensa, a menudo me acerqué a los demandantes beduinos para apelar al estado en su nombre. Durante los últimos tres años, en el contexto del informe Goldberg,sobre la cuestión de la tierra beduina, y tal como el proyecto de ley Prawer-Begin promovía la posible reubicación de asentamientos beduinos, me senté con los beduinos en sus aldeas, miré los mapas y traté de entender cómo poder ayudar a su causa. Cuantas más preguntas me hice, más complicada, he de reconocerlo, era la situación.

Las tradiciones tribales de propiedad de la tierra son casi imposibles, si no son verdaderamente imposibles, de desenredar. A pesar de que un pueblo puede asentarse en una vasta extensión de tierra, y en el pueblo en sí puedan haber grandes franjas de tierra vacía, ningún habitante del pueblo estaría de acuerdo en asignar algunas de esas extensiones a fines públicos, como escuelas o centros comunitarios para las comunidades beduinas. La razón se debe a que en su tradición oral lo que no esté registrado/grabado a mano, se supone que pertenece a otra parte de la tribu. Si llegaran a ser asignadas para fines públicos, una disputa de sangre podría entrar en erupción.

Según mi experiencia, la única cosa en la que los diferentes líderes beduinos podrían estar de acuerdo es que debería ser el Estado de Israel quien asignara esos terrenos públicos, de propiedad estatal claro está, para que ellos puedan utilizarlos con fines públicos. No sólo no podían ponerse acuerdo sobre qué áreas asignar, y donde los servicios públicos eran realmente necesarios, sino que los líderes beduinos también fueron incapaces de llegar a un consenso sobre la construcción de carreteras, redes eléctricas y otras infraestructuras públicas que requiere la asignación de tierras.

 Por lo tanto, la pregunta sigue siendo: ¿Hasta dónde debe tolerar un Estado moderno las tradiciones locales? ¿En qué momento debe decir el Estado ya es suficiente, y cuando debe usar tales poderes para anular las tradiciones, en este caso para que lo pueblos beduinos reciban escuelas, electricidad, agua y otros servicios? ¿Hasta dónde debe llegar el Estado a la hora de aceptar reclamaciones de propiedad de la tierra indocumentadas basados ​​en tradiciones locales, cuando ningún otro ciudadano de la nación podría reclamar la propiedad privada de la tierra sobre esa misma base?

Otro ejemplo de este dilema es la tradición de la poligamia entre las tribus beduinas. Al igual que en otros países desarrollados, la poligamia está prohibida en Israel, pero los beduinos han encontrado formas de burlar la ley y continuar su tradición polígama. Un de ellas es casarse y luego divorciarse. Un hombre beduino se casa con una mujer muy joven y ésta da a luz varios hijos. Él, más tarde, se divorciará de ella. Dado que no existe una ley que prohíba a los ex cónyuges vivir al lado o juntos, o hacer lo que quiera con otros, la ex mujer seguirá viviendo junto a su ex esposo y le dará más hijos. Por otra parte, ahora que ella es una madre soltera, recibirá el apoyo del estado del bienestar para ella y sus hijos. Su ex marido, entonces, se casará con una nueva mujer y tendrá hijos con ella, sólo para divorciarse de ella más tarde, y así sucesivamente. Todo esto es perfectamente legal y, además de perpetuar la poligamia, convierte al Estado, a los servicios de salud de Israel y a la ideología liberal del multiculturalismo en cómplices de todo esto.

Antes de emitir un juicio, hay que preguntarse hasta qué punto una sociedad multicultural liberal debería tolerar los valores y tradiciones de las diferentes comunidades cuando esos valores son intolerantes y destructivos para las comunidades. La pregunta no es simple. Al igual que todas las mujeres casadas merecen vivir en una unión igualitaria, los niños se merecen escuelas cercanas y las madres y los padres se merecen clínicas y centros de trabajo próximos. Después de décadas de disputas legales, el estado de Israel, a través del Plan Prawer-Begin, está finalmente tratando de poner a las comunidades beduinas de camino a una propiedad de la tierra reconocida por el estado, y que les permita vivir adecuadamente y poseer bienes que luego podrán utilizar para su propio desarrollo. El plan está lejos de ser perfecto, pero es de gran alcance. Ningún estado moderno puede aceptar íntegramente las tradiciones locales de las minorías, sobre todo cuando son perjudiciales para el bienestar de la comunidad. En algún momento, el límite tiene que ser establecido.

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